Me despido. Adiós

Esto es una despedida. Quiero deciros adiós a todos vosotros y a todas vosotras como realmente os merecéis, como dicen en los pueblos, como dios manda. El despacho del vagabundo cierra su puerta. El trayecto hasta aquí, hasta este punto concreto del espacio-tiempo, ha sido gratificante e instructivo: quiero daros las gracias por vuestros comentarios y vuestros MeGusta. Muchísimas gracias por leerme.

Quien alguna vez se despidió lo entiende: yo necesito un cambio, en realidad necesito mucho más que eso; necesito mutar hacia una expresión distinta. Toda despedida versa sobre un viaje; la mía no es una excepción: me voy, como no puede ser de otro modo, en busca de Ítaca, y, como ya dije en alguna entrada anterior, las redes sociales, incluyendo este blog, me infoxican y me roban mucho tiempo; me desconcentran; no me sacian; me saturan.

El principal motivo de mi marcha pertenece a la esfera privada (un futuro desafiante me aguarda), pero no deja de ser cierto que he aborrecido por completo todo aquello que ocurre online.

Sé muy feliz; no sé muy bien qué debes hacer para conseguirlo; tan sólo te insto a que alcances la felicidad.

Un fuerte abrazo de un vagabundo.

Posdata. Si alguien llega a leer estas líneas y siente curiosidad por mi persona, que lea… que lea todo lo que he escrito, porque en este blog me dejo el alma.

Acabar tu obra

Cuando yo leía El Quijote medio tirado en estaciones de tren, cafeterías y parques de una ciudad española soleada e histórica una de las muchas cosas que me sorprendía de ese magnífico libro era experimentar cómo me abrazaban, me inundaban y me sometían todas sus páginas; este hecho, curiosamente, se ponía de relieve al levantar la vista del papel. Recuerdo que me sorprendía ese instante y yo pensaba: «Vaya, ¡si estoy en el siglo XXI!» Las aventuras del Caballero de la Triste Figura me absorbían por completo. La serie de dibujos animados de la infancia también ayudaba a la visión mental de lo que iba leyendo, por ejemplo, ese plano contrapicado de la ardiente pira de libros que el cura y el bachiller arrojan por la ventana. Creía —y sigo creyendo— que esa obra estaba dotada con unos ingredientes de verdad: el relato del Quijote y Sancho, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, en mi mente penetraba las historias del día a día en aquel año 2015. Yo iba leyéndola y me daba cuenta de la semilla genuina de su interior, similar a la innata capacidad de supervivencia de la Naturaleza. De manera asombrosa el texto resultaba fácil de seguir, con una prosa muy alta pero muy clara. Dentro del libro yo veía un argumentario intachable, una lógica incontestable: parecía como si El Quijote fuese la verdad con v mayúscula; como si el legado de Cervantes fuese, simbólicamente, todo aquello que caracteriza al ser humano. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha eran la manifestación literaria del acto autónomo y fisiológico de respirar. Aquellas páginas representaban —¡oh, bendita metáfora!— el hecho mismo de vivir. Con igual rapidez, con el mismo automatismo y con idéntica sensación de contemplar la Verdad, hace unos días, consciente del flujo de mis pensamientos, me vino a la cabeza la famosa pregunta de: «¿Y si yo tuviera un cáncer, y me fuera a morir?»

A través de la esencia que he intentado mostrar en el párrafo anterior, me contesté a mí mismo del siguiente modo:

«Escribiría sin parar porque tendría que dejar acabada mi obra.»

#44

¿A ti no te pasa que a veces quieres escribir y no puedes, que a veces sientes una fuerza irrefrenable que te esclaviza, una motivación hiriente que te arrastra, en vano, hacia la escritura? ¿En cuántas ocasiones te has visto obligado a aceptar el hecho de que no tienes ninguna idea que realmente merezca la pena expandir? Esa batalla interna que te carcome cuando escribes, borras, dudas, tachas, escribes otra vez, lo dejas y vuelves a la carga de nuevo, ¿la recuerdas? ¿Recuerdas cómo es esa lucha interior? ¿Cuántas veces te has preguntado por qué escribes? ¿Cuántas veces te ha parecido brillante tu propio relato (en la mañana) y cuántas tedioso (en la noche) sin haber cambiado ni una sola palabra y ni una sola coma? ¿Cuántas veces pulsaste la pestañita Publicar a sabiendas de que el texto no era todo lo bueno que te gustaría que fuese? Mundos lejanos; paisajes románticos; situaciones rocambolescas; dramas; valores; temores; distopías; mensajes en botellas de cristal; ¿cuántas veces los has imaginado y esbozado en tus accesos de locura escritora?

¿Cuántas veces?